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a pesar de la desinformación, la mayoría apoya la ayuda a Ucrania”

Peter Ptassek (Geisenkirchen, 1961), doctor en Filosofía, tiene una dilatada carrera diplomática con experiencia en asuntos europeos y latinoamericanos. Sus destinos han sido muy diversos: desde la embajada en Moscú a finales de los 90, o Bruselas, donde fue asesor del entonces presidente de la Comisión Europea Romano Prodi (2000-2002) hasta Afganistán (2008-2009). Su último destino fuera de Alemania fue Colombia, un país que le enamoró. En Colombia, donde estuvo cuatro años, era conocido como «el embajador tuitero» por su hábil uso de esta red social. Habla español con un suave acento colombiano. 

Desde agosto de 2022 está a cargo de la comunicación estratégica en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Alemania. En esta tarea presta especial atención a la lucha contra la desinformación, un elemento fundamental en la guerra híbrida con la que países como Rusia intentan desmoronar las bases del sistema democrático. Defiende que los gobiernos han de combinar «la acción con la comunicación para no dejar libre el espacio político» a quienes libran esta batalla tan desequilibrada porque esos agentes, estatales y no estatales, no se atienen a las normas que nosotros defendemos. A día de hoy, presume de que «la desinformación de Rusia no ha logrado que los alemanes den la espalda a Ucrania», sino al contrario, si bien una parte de la población en el Este hacen caso a Putin cuando denuncia el supuesto expansionismo de la OTAN. Asegura que los europeos somos «los únicos en el mundo que pueden legislar sobre la difusión de desinformación en las plataformas».

Pregunta.- Alemania ha sido el principal objetivo de la desinformación de Rusia en Europa desde antes de la guerra en Ucrania. ¿Cuál es la estrategia del gobierno alemán para combatir este fenómeno?

Respuesta.- En líneas generales, hay que decir que la desinformación no es un fenómeno nuevo, pero a partir de la invasión rusa de Ucrania, el 24 de febrero de 2022, entendimos que forma parte de una guerra híbrida, en la que se combinan acciones bélicas con una campaña de desinformación, cuyo objetivo es crear confusión. Es un ataque muy serio a las democracias, donde hay intercambio libre de opiniones. Si la desconfianza es la emoción generalizada, no sabemos en qué creer y esta falta de confianza en hechos e informaciones lleva a una pérdida de orientación en las sociedades democráticas. Estos partidos o agentes estatales lo tienen más fácil porque nosotros hemos de asegurar que la democracia no va a sufrir por las medidas que apliquemos en la lucha contra la desinformación. Hemos de respetar el derecho de los ciudadanos de tener opiniones diferentes, incluso basadas en errores o mentiras. Eso no es un delito.

P.- Alemania fue uno de los países donde se pusieron en acción estas campañas de desinformación con el Covid. 

En Alemania pensábamos que los hechos se explican por sí solos. Pero no es así. Si dejamos el espacio público vacío, otros lo llenarán con sus relatos»

R.- Vimos esa confusión en el debate sobre el Covid. Mucha gente desconfiaba de la comunicación del gobierno, de los expertos. Muchos ciudadanos decían que manipulaban la información y que tenían que defenderse de los expertos. Así Rusia resucitó un patrón de manipulación inventado 30 años antes, cuando decía que el Sida se había fabricado en un laboratorio de EEUU. En los años 80 se necesitaban 10 años para propagar esta idea pero con el Covid ha sido mucho más fácil. El patrón existe y se aplica a un tema diferente. Esta dinámica necesita una respuesta más ágil. No puede limitarse a corregir informaciones falsas. Hay que corregir los errores, pero tengamos en cuenta que es una mezcla de informaciones veraces en un contexto diferente. Hemos de contar la historia que explica nuestras acciones. En Alemania pensábamos que los hechos son claros y se explican por sí solos, pero no es así. Si dejamos vacío el espacio político, otros lo llenarán con sus relatos. 

P.- ¿Tiene en mente algún ejemplo reciente?

R.- Rusia lo está haciendo con la historia del trigo, que se exporta desde Ucrania. Dicen que ellos dieron luz verde al acuerdo para que el trigo llegara a los países más necesitados, pero al final la mayor parte de este trigo nunca sale de la Unión Europea. Eso es cierto. Una gran parte del trigo es procesado en Europa, pero así fue antes de la guerra. No es una novedad. De modo que el dato sobre el destino del trigo no es falso, pero no se difunde la historia completa. 

P.- ¿Qué lección extraen sobre cómo proceder?

Necesitamos diplomáticos más ágiles, sin miedo a discusiones, que participen en los debates (…) Han de dar el contexto para que los ciudadanos sepan qué queremos»

R.- Hemos de trabajar de otra manera. Hasta hace poco tiempo los diplomáticos se limitaban a hablar con los gobiernos de forma discreta y así se sigue haciendo. Pero faltaba una dimensión clave: explicar qué estamos haciendo y por qué lo hacemos en discusiones públicas en el país,con la sociedad civil. Para ello necesitamos diplomáticos más ágiles, sin miedo a discusiones, que participen en los debates. Algunos temen qué efecto tendrá su intervención en las redes sociales. Desde el Ministerio les acompañamos a dar el primer paso para crear este espacio de diálogo. Nuestro embajador en Varsovia, por ejemplo, después de semanas de ataques, tuvo que hacer frente a una infamia: el presidente del Banco Central dijo que Alemania quería recuperar los territorios perdidos en la Segunda Guerra Mundial. Finalmente, desde la embajada alemana decidieron escribir un tuit en el que decían: ¿De verdad que no está confundiendo pasado y futuro, y Rusia y Alemania? Esa forma de tomar la palabra en público ha cambiado su forma de trabajo de manera muy profunda. A partir de ese momento la actitud de los periodistas y del gobierno dio un giro porque sabían que, en caso de ataques, habría reacción en público. Queremos que los diplomáticos den el contexto para que los ciudadanos entiendan qué queremos. Vivimos en un mundo en cambio con polos de poder comprometidos con definir sus estándares y algunos tienen otros valores. Por ello, la reacción ha de ser más ágil y hemos de escuchar a los otros para conocer sus intereses. Es un ejercicio de humildad que requiere ponernos en contacto con otros actores en momentos de cambio. 

P.- ¿Está siendo la guerra de Rusia en Ucrania el gran laboratorio de la desinformación del Kremlin? 

R.- Es un caso que nos muestra de forma drástica qué está pasando. Empezó antes y va más allá de Ucrania. Así vemos cómo en Mali el Grupo Wagner actúa acompañado de campañas de desinformación. Rusia ha fracasado a la hora de cambiar la discusión en Alemania. Hay un gran apoyo a la asistencia a Ucrania. Más del 60% está a favor de que se ayude a Ucrania, a pesar de todas las granjas de trolls. Pero otras partes del mundo son más vulnerables y de ahí que se precise una acción internacional en África y Latinoamérica. Lo que sí ha logrado Rusia en Alemania es que en el Este del país muchos están convencidos de que el presidente ruso, Vladimir Putin, se está defendiendo de un ataque de la OTAN. Es absurdo pero muchos lo creen. No se trata de hechos, los hechos no van a rescatarnos, sino que hemos de contar nuestra historia y cómo queremos resolver conflictos de forma pacífica. 

P.- ¿Qué factor ha sido determinante para que la sociedad alemana siga respaldando a Ucrania? 

Hemos logrado contrarrestar la desinformación con acciones del gobierno, como limitar el coste de la energía, y comunicación»

R.- Hemos mostrado quiénes son los que llegan de Ucrania, qué hacemos, de dónde vienen, cómo les ayudamos. Hay una gran solidaridad con los refugiados ucranianos. Rusia trata de dividir a la población alemana con mensajes en los que dice que los refugiados ucranianos perciben más apoyo social que los alemanes necesitados. Intenta generar odio y dudas sobre esa ayuda a los refugiados. Hemos logrado contrarrestar esta desinformación con acciones del gobierno en política real, como limitar el precio de la energía, lo que ha llevado a que la propaganda rusa fracasara. No hubo protestas contra el gobierno, como preveía Moscú. La comunicación sola no es suficiente, pero acciones sin comunicación tampoco. La acción y la comunicación han de reforzarse mutuamente. No podemos dejar la interpretación de nuestras acciones a quienes no tienen simpatías con nuestra posición. 

P.- Las redes sociales, que ayudan a la rápida propagación de la desinformación, también pueden ser un aliado para dar a conocer el relato con el que combatirla. Usted lo sabe bien como activo tuitero. 

R.- Las plataformas en sí ni son aliados ni enemigos, son herramientas. Son espacios políticos que no podemos dejar a los que no están compartiendo nuestra agenda, nuestros valores. Hay que explicarse en estos medios. que tienen unas reglas diferentes. La velocidad cambia, todo es más rápido. Puede crearse una reacción positiva o negativa de la noche a la mañana. Hay que aprender cómo hacerlo sin tener miedo.  

P.- ¿Supone la desinformación uno de los mayores riesgos para las democracias actualmente?

R.- Hay una tendencia global de reducir el espacio para las democracias. Esta lucha en la que aparecen más autócratas tiene que ver con muchas causas. Nosotros queremos defender la democracia porque nos gusta vivir en libertad, con derechos del individuo, con intercambio libre. La desinformación es una manera de atacar la democracia difícil de abordar porque es una confrontación asimétrica. La desorientación, y la desconfianza se puede crear muy fácilmente, pero no es fácil para los gobiernos invertir en el crecimiento de la confianza, sobre todo si siguen en estado de negación cuando llegan los problemas. Hay que conectar con la gente, con empatía, y eso no se hace con comunicados, donde falta la emoción. La desinformación sí maneja las emociones, a menudo emociones negativas. Nos apela para que reaccionemos (engagement content). Explota las brechas de la sociedad y aprovechan las debilidades. En Alemania lo trataron de hacer con el coste de la energía. No es una cuestión de derechas o izquierdas. En Alemania, por ejemplo, hay apoyo ruso a la extrema derecha y la extrema izquierda. Lo que importa es aumentar la polarización y disminuir la confianza. 

P.- Una de las medidas que se ha aplicado en la Unión Europea es prohibir la actividad de medios como Sputnik o Russia Today. Nos reprochan que tenemos un doble discurso porque defendemos la libertad de expresión y luego cerramos estos medios. ¿Es una medida adecuada para luchar contra la desinformación? 

R.- Hay que darse cuenta en qué situación estamos. Rusia logró desconectar el país de la red mundial de intercambio de informaciones. Puede ser por VPN. Pero en Rusia la comunicación oficial es la única voz. No hay pluralismo. En nuestras sociedades hay múltiples perspectivas, incluso se divulga la posición rusa. 

P.- ¿Funciona la prohibición? 

R.- La verdad es que no. Porque los contenidos se transmiten por proxys. La información que transmiten está presente. 

P.- ¿De qué manera se puede legislar para que haya un control desde las plataformas? 

Desde el punto de vista legal, la desinformación no es un delito. Por eso apostaría por la educación, la resiliencia y la educación mediática»

R.-  Esto es clave. En la discusión democrática no tenemos una medida para separar desinformación, falsa información, o errores. Los ciudadanos que participan en el debate público tienen derecho a recibir opiniones diversas, a equivocarse, e incluso a las mentiras. Por eso la legislación no podrá separar, sin riesgo de equivocarse, información y desinformación. Los fact-checkers hacen un trabajo admirable y muy complejo. Desde el punto de vista de la legislación, la desinformación no es un delito. Por ello, apostaría por la educación, la resiliencia, la alfabetización mediática. Y habría que empezar con los jóvenes, en las escuelas, algo que todavía no se hace. 

P.- La educación es fundamental para que el ciudadano sepa diferenciar entre lo que es información contrastada y lo que no. Eso juega en contra de los tiempos. Mucha gente joven ahora solo se informa por fuentes no contrastadas. 

R.- Es un cambio cultural que hemos de aceptar. Cuando era joven la televisión y los periódicos presentaban contenido que había sido filtrado y contrastado. Pero con las redes sociales no tenemos filtros: llega información por todos lados y no se sabe si es fidedigna o es una manipulación, o si es puro entretenimiento. Inciden sobre nuestras actitudes sin transparencia. Como no podemos, ni queremos, acabar con eso, hay que convivir con ello. 

P.- Pero sí se puede exigir transparencia a las plataformas.  

Los europeos somos los únicos en el mundo que podemos legislar sobre la responsabilidad de las plataformas en la difusión de desinformación»

R.- Y lo hacemos. Las plataformas tienen un interés económico porque está en juego su reputación. Si una plataforma es conocida por propagar informaciones falsas o desinformación, eso tendrá efecto sobre los clientes. No querrán trabajar con alguien que difunde mensajes de odio o polarizantes. Hay cierta presión pero hemos de ir más allá: necesitamos legislación a nivel europeo. Los europeos somos los únicos en el mundo que podemos legislar sobre la responsabilidad de las plataformas en la difusión de desinformación. En EEUU las plataformas tienen un lobby tan fuerte que no habrá nunca acciones legislativas. 

P.- Es una lucha desequilibrada y a ello añadimos que la Inteligencia Artificial comienza a usarse para trucar fotos, por ejemplo, o voces. Será una herramienta muy peligrosa al servicio de la desinformación. 

R.- Como otras herramientas, la IA tiene dos caras. Los expertos están utilizando la inteligencia artificial para detectar desinformación y por otro lado también se puede emplear para crear y ampliar falsas informaciones, con identidades artificiales por medio de videos, textos… Nadie sabe dónde estaremos en un año porque su desarrollo es muy acelerado. Tampoco se puede legislar porque no se sabe por dónde empezar.  

P.- ¿Colabora el gobierno alemán con el español?

R.- Estamos empezando una colaboración más estrecha. Tenemos el plan de acción conjunta que se aprobó en la cumbre en La Coruña en 2022 y una parte se dedica a la lucha contra la desinformación. Todos en la Unión Europea hemos entendido que Occidente y sus valores han de defenderse. No hay que dar por hecho que todo seguirá igual. No ayudará que nos neguemos a ver la realidad. 

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