Es una belleza cruel. Una imagen aparentemente saludable en un entorno natural que esconde contaminación, ambiental y social. De algún modo, es una enfermedad crónica que el tiempo ha normalizado hasta casi ignorarla. Pero ahí sigue, sutil a veces, insultantemente presente en otras. Ocurre en muchos pequeños municipios de Euskadi en los que las lágrimas de dolor y la respiración angustiada del miedo se taparon hace décadas con silencio y miradas hacia otro lado y que hoy se arrinconan con olvido.
Ocurre en Zierbena, oculto entre laderas montañosas, el mar y la playa. En este municipio vizcaíno a primera hora de la mañana apenas se ven vecinos. A esa hora sólo se escucha a los pájaros piar mientras el sol y la lluvia compiten por imponer su relato del día. En el puerto algunas embarcaciones regresan de la pesca matutina. En el taller del muelle se escuchan golpes de reparaciones rutinarias. Aún es pronto y en los muchos restaurantes del puerto no hay clientes, solo repartidores de carnes y pescados. Las antiguas viviendas de los pescadores son hoy reconocidos locales de pescados a la brasa en la comarca. En los balcones abundan pancartas de apoyo a su trainera. Todo parece inmaculado, bien cuidado, un lugar en el que disfrutar del entorno y la gastronomía.
Es el barrio del Puerto, el más frecuentado los fines de semana. Nada hace imaginar que hubo un día en el que alguien mató a un hombre en la barra de uno de sus locales, que lo hizo por la espalda, que esperó por si debía rematarlo y todo ante la presencia de su mujer. Menos aún que años más tarde, un joven del pueblo, condenado por colaborador en el asesinato, concurriría a las elecciones de la localidad.
Como si no hubiera existido. Ni una placa en memoria de la víctima ni una pintada de aliento de quienes en su tiempo jalearían a sus asesinos. En Zierbena el ‘trampantojo de la normalidad’ es la norma, como en otros muchos lugares del País Vasco. Incluso el entorno no es del todo el que parece. El mar cristalino asoma entre las cercanas chimeneas y los contenedores de la central de Petronor, foco de contaminación. La cercana Playa de La Arena la sufrió durante años.
Aquel sábado José Manuel no trabajaba. Era una oportunidad para regresar junto a María Ángeles, su mujer, al local que tanto les gustaba. Llevaba 15 años destinado en Euskadi, ahora en la cercana Muskiz, y la vida, pese a las amenazas que sobrevolaban a la Guardia Civil, creía que podía incluir esas pequeñas satisfacciones. La marisquería El Puerto era una de ellas. Siempre al final de la barra, junto a la pared, como una rutina de seguridad interiorizada. A sus 43 años, José Manuel había sabido sobreponerse a los años más duros del terrorismo tras dejar su Asturias natal. Vivió los duros 80 y estaba a punto de completar los no menos convulsos 90.
«Sacó una pistola y le dio un tiro en la nuca a mi marido. El bajó la cabeza mirándome… y ahí se acabó mi vida».
El 3 de mayo de 1997 la noticia del día fue el primer posado de los recién comprometidos Iñaki Urdangarin y la infanta Cristina de Borbón. Ni siquiera un atentado lograría arrinconarla en las portadas. Lo que nadie sabía entonces era que quedaban menos de dos meses para que los compañeros de José Manuel liberaran a José Antonio Ortega Lara de un ‘zulo’ de Mondragón y algo más para que todo cambiara en España con el asesinato de Miguel Angel Blanco, la venganza de ETA.
«Bajó la cabeza mirándome… ahí se acabó mi vida»
Ese día habían decidido concluir la jornada tomando unos pinchos en Zierbena. A las 21.30 horas llegaron a ese punto del municipio vizcaíno en el que montaña, mar y gastronomía marinan bien en Euskadi y al que tantos amantes del buen comer y mejor disfrutar se acercaban. “A los diez minutos entró una persona, bajita, muy menuda, como calvo con el pelo para atrás. Buscando a alguien. Sacó una pistola y le dio un tiro en la nuca a mi marido. El bajó la cabeza mirándome… y ahí se acabó mi vida”. Es el escueto relato que entre lágrimas hizo María Ángeles durante el juicio celebrado quince años después.
La historia se completa con el arma encañonando a un cliente que intentó detenerlo, el grito de ‘¡Todos al suelo!’ que heló la sangre de los presentes en el local y la huida en coche, con otro miembro del comando esperando en el exterior. José Miguel Bustinza y Gaizka Gaztelumendi, a los que se consideró presuntos autores materiales, fallecieron en un enfrentamiento con la Guardia Civil el 23 de septiembre de 1997 en la calle Amistad de Bilbao.
Para que todo eso sucediera fue necesaria información, conocer que José Manuel y María Ángeles acudían a ese local entre dos y tres veces por semana, seguirles, vigilarles, apuntar sus horarios y pasarlos a quienes acudirían a realizar aquel asesinato. Uno de ellos fue Lander Maruri Basagoiti, un joven vecino del pueblo. Ahora, tras 16 años de prisión condenado por cómplice de asesinato, figura en la lista electoral de EH Bildu.
Como «un atentado más»
Aquella labor la compartió con Asier Uribarri otro de los cómplices. Tras salir en libertad en 2018, ambos han coincidido, en este caso en otras labores: candidatos electorales. Uribarri se presenta a las elecciones en la lista de la coalición, en este caso por el municipio vizcaíno de Maruri-Jatabe en el que aparece en cuarto lugar, con pocas opciones de salir elegido.
Hoy nada recuerda aquel episodio. Ni siquiera el restaurante existe. Sólo la decisión de incorporar a expresos de ETA en las listas del 28-M ha resucitado episodios como éste, que en la mayoría de los municipios llevan años enterrados. En el pueblo muchos ni siquiera recuerdan si hubo reacciones oficiales o si existió revuelo de repulsa. Más bien, el recuerdo lo sitúan en la cruel rutina en la que estaba instalada la sociedad vasca. “Fue como otros atentados, uno más. Recuerdo pensar, ‘han matado a alguien, qué mal’ y poco más. Hoy lo pienso y creo que esa actitud es inasumible. He hecho mucha autocrítica”, recuerda un vecino del municipio relacionado con el ámbito político.
«Fue como otros atentados, uno más. Recuerdo pensar, ‘han matado a alguien, qué mal’ y poco más. Hoy lo pienso y creo que esa actitud es inasumible».
“En esos años, cuando mataban a alguien, el día a día no cambiaba. Quizá cuando era una persona más cercana. No recuerdo que en este caso hubiera una reacción especial. Quizá en la izquierda abertzale, a nivel del pueblo, sí se removió algo, pero sin llegar a ningún cisma ni nada parecido. No lo ha habido nunca”, añade. En cambio, sí recuerda que se produjo un mayor revuelo tras la muerte en accidente de tráfico del padre de Maruri cuando se dirigía a visitarle a prisión, “entonces sí hubo algo más, se sigue recordando al padre de Lander”.
La izquierda abertzale no sufrió desgaste alguno por aquel crimen en Zierbena. Herri Batasuna mejoró sus resultados en las municipales de 1999, bajo la marca de Euskal Herritarrok (EH). Pasó de uno a dos concejales en el Consistorio. Y la mejora ha continuado. Desde hace dos legislaturas cuenta con tres representantes en un Ayuntamiento en el que el PNV ha ocupado desde siempre la alcaldía. Ahora la corriente electoral parece apuntar hacia una mejora de resultados de EH Bildu, “sí, parece que pueden tirar para arriba”.
Convivencia entre victimas y acosadores
En los años en los que ETA mataba a políticos, periodistas, policías, militares y jueces, algunos rincones habían integrado esa realidad en una extraña normalización de la barbarie. Un modo de seguir viviendo como si nada ocurriera. Zierbena, al contrario que en otros municipios, fue un ejemplo más de una convivencia contaminada entre víctimas y acosadores. No era extraño ver departir en torno a una mesa a concejales de la izquierda abertzale con representantes del PSE, “mientras sus escoltas esperaban en la puerta”: “Aquí han pasado esas cosas. Recuerdo una discusión a gritos en un bar de la playa por ver quién pagaba la ronda. Discutían un concejal de la izquierda abertzale y uno del PSE. Reconozco que eso era muy raro, pero es lo que ha sido este pueblo”. Hoy el PSE no tiene concejales en Zierbena. El PP nunca los tuvo.
Es la normalización de lo anormal. Mientras formaciones como el PP y el PSE siguen teniendo dificultades para completar sus listas electorales, en muchos casos por resistencias por temor que aún persisten, la izquierda abertzale disfruta de un periodo electoralmente plácido y cómodo. Sus apoyos crecen y las encuestas le auguran un buen resultado. Completar listas, buscar candidatos en su caso no es un problema sino una elección entre posibilidades. Los expresos de la banda es una de ellas.
Ocurrió con ETA y ahora sucede sin ella. La inclusión de 44 exmiembros de ETA en las listas EH Bildu hubiera pasado desapercibida, como un aspecto rutinario de las listas electorales a las que nadie presta atención, si no lo denuncian las víctimas. Fue el Colectivo de Víctimas del Terrorismo (COVITE) quien puso nombre a asesinos y víctimas, circunstancias y memoria de la herida que aún sigue abierta y la reparación que continúa pendiente. No es algo nuevo, ha ocurrido siempre. Históricamente HB, EH, ANV, Batasuna y ahora EH Bildu han incluido a ex miembros de la banda en sus candidaturas. Lo han hecho para ocupar escaños de concejales en ayuntamientos y de parlamentarios en la Cámara vasca o incluso para concurrir como candidatos a lehendakaris o presidir comisiones de derechos humanos.
La izquierda abertzale aún no ha renunciado a su pasado. Los mensajes puntuales en los que se ha comprometido con no aumentar el dolor de las víctimas quedan en evidencia con las listas electorales del 28-M. Legutio, Regil, Irún, Maruri Jatabe, Mungia, Berrioplano o Zierbena son sólo siete ejemplos más de candidatos condenados por delitos de sangre y que la coalición ve con buenos ojos para representarle en las instituciones. A ellos se suman 37 listas más con candidatos pertenecientes o que colaboraron con ETA.
Maria Angeles enviudó hace 26 años. El pasado 3 de mayo nadie la recordó en Zierbena. En el barrio El Puerto del municipio el 28-M volverán a fluir el ‘poteo’ que tanto le gustó. Los restaurantes volverán a ofertar pescado fresco y carne a la parrilla y el mar cristalino y la montaña verde volverán a dibujar un escenario idílico… como si nunca hubiera ocurrido.