Y allí fue Félix Bolaños, el pobre, con su corbata escolar, con sus gafas con nariz, con su flequillo arremolinado por la abuela, con su luto de aprendiz de sastre de luto, el último enviado a combatir el fascismo de cañita y Mecano que rige en Madrid, a vencer a la doña de ojos de oliva con sol, como el membrillo de Antonio López y Víctor Erice, la única que es más flamenca y chula que el propio Sánchez. Allí fue Bolaños, ni como invitado ni como autoinvitado sino como acompañante de Margarita Robles, como el soltero que acompaña a la prima en una boda, con la tristeza, la vergüenza y la soledad compartidas. Una tapadera, en realidad, porque ya digo que es el último enviado a combatir el fascismo de capea que rige en Madrid, y el plan por lo visto es conseguirlo dejándose humillar una y otra vez, en las urnas y en los tablaíllos, hasta que a la gente le dé pena ver a un ministro de negro y plumón arrollado en la Puerta del Sol como un alguacilillo de los toros, que es imposible que lo arrollen salvo que se lo proponga, como Bolaños.
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