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Carlos Tena, la flema de la modernidad

Mi madre, que era una gran oyente de radio, se hubiera llevado un gran disgusto si no llega a ser porque se ha ido antes. Hasta a las señoras mayores les podía gustar Carlos, con su ritmo pausado y deliberadamente vocalizado. Siempre supo no ser estridente (al menos, en lo vocal) en unos tiempos en los que Almodovar gritaba que quería ser mamá. Justo ese aire de flema pseudo británica con marcado acento castizo hizo casi inexplicable que fuera enjuiciado el comunista por escándalo público gracias a una actuación explícitamente absurda en horario infantil de “Las Vulpes”, en aquel 83 post naranjito. Algo de un surrealismo tan creativo, que ahora sería impensable.

No les sobraba talento a las muchachas. A Tena, sí. En algunas de mis muchas horas de vuelo a los mandos de la radio, siempre había un recuerdo para presentaciones míticas del genio, que pasaban hasta por la música clásica. “Señores, pónganse las pelucas, que vamos a escuchar al gran Bach”, decía Carlos mientras sonaba el clavicordio. En eso consistía la verdadera modernidad, en ser capaz de pinchar a Johann Sebastian y también a Los Brincos. O entrevistar a Queen hablando su inglés de Chamberí.

Ahí estaba Freddie, pero podía estar frente a su micrófono de mano Patti Smith, Bob Marley, ó Mike Oldfield. Entrevistaba con intención. Las estrellas comprendían lo que él les pedía, y se lo daban. Y es que el “artisteo” le debe mucho. Tengámoslo claro, sin él no hay fenómeno Alaska, o ya veríamos si se hubiera conocido nunca la enorme cultura que desbordaba Santiago Auserón en su proyecto Radio Futura, por citar un par. Y a propósito de radio y futuro, siendo un niño recuerdo quedarme pegado a la tele viéndole hablar de música junto al gran Diego Manrique. Eran todavía los 70.

Su eterno flequillo sobre unas gafas, que a menudo eran de sol, le conferían ese aspecto interesante que redondeaba con comentarios que podían ser de lo más incisivo, pero siempre desde un “chulapismo” moderno maravilloso que no podía ofender, salvo en el trasfondo intelectual y a quien pillaba sus ironías.

La industria de la música vio en él un cazatalentos, un crítico mordaz, pero sobre todo un verdadero independiente que realmente hacía y deshacía lo que le daba la gana. En el ente público no había que rendirse ante los intereses comerciales, mira tú por dónde. Por eso se le dejaba hacer. En los avances de programación de TVE no dejaba de ser divertido que obligase a toda una Paca Gabaldón, por ejemplo, a pronunciar “En nuestra programación de tarde, podrán ver Auanbabulubabalambambú”. Maravilloso ejemplo de modernidad.

Además de un excelente trabajo bibliográfico sobre la Movida Madrileña, aquí el moderno fue capaz de escribirnos una impecable “Historia del Blues” en los 90. Cultura no le faltaba, y cuando no la tenía, lo decía abiertamente y con tanto arte que nunca pareció no saber algo. Gracias por dejarnos aprender tanto.

Nada, que se nos fue. Discretamente, llevaba ocho años en España. Su última etapa fue plena en la Cuba revolucionaria de sus amores, hasta que su laringe (vaya, tenía que ser su órgano fonador) acabó con él. Reivindico para la Historia de la Radio «Para vosotros jóvenes», «Clásicos populares», “Discofrenia”, “Con más Tena que gloria”, y muchos otros espacios más en los que otorgaba al oyente la oportunidad de sonreír con su ironía. Lo suyo no se aprende, se tiene que nacer así.

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